¿Qué fue lo más emocionante de los festejos del Bicentenario de la Patria? ¿Qué pudo provocar que más de seis millones de personas se sintieran invitadas, interpeladas por estos festejos y que, finalmente, los hicieran propios?
Estas son solo dos de las muchas preguntas que podríamos hacernos, con el fin de poner en palabras la trascendentalidad de esos cuatro días de mayo de 2010, que ya quedaron escritos en la historia.
Sin duda, parte de este fenómeno estuvo dado por el hecho de sentir que fue la Argentina celebrándose a si misma y a sus hijos. Todos incluidos, todos pertenecientes. Sin “dueños” de la Patria y sin sectores excluidos de la identificación con el Ser Nacional.
Tan hijos de nuestro suelo los pueblos originarios como los descendientes de los inmigrantes que llegaron ayer a trabajar por la Argentina, así como los que llegan hoy a esta Patria, que los recibe como hermanos.
Reconocer la grandeza de nuestro país en la riqueza de los campos pero también en la industria, la ciencia, la tecnología, la cultura, todos por igual; igual de importantes para definir lo que somos.
Estuvimos todos. Escuchamos y nos escuchamos. Porque somos León Gieco y Víctor Heredia, la Sole y el chaqueño, los Palmeras y Bajofondo, los Auténticos Decadentes y Lito Nebbia. Y también somos Jaime Roos, Pablo Milanés, Los Jaivas y tantos hermanos latinoamericanos que festejaron con nosotros porque en ese festejo también se celebraron a sí mismos, ya que también quedó claro que nuestra Patria es grande, muy grande y es esta hermosa América Latina. La de las venas abiertas, la que fue cuna de tantos patriotas de nuestro continente, a los cuales también honramos en este Bicentenario. San Martín, Belgrano, Artigas, Moreno, Tupac Amaru, Azurduy, Eva, Sandino, Bolivar, Allende, Perón, Che Guevara y tantísimos otros que dieron su vida, su sangre, todo lo que había para dar por el sueño de la libertad y la igualdad para esta tierra.
Sí, en esta celebración también fue posible tender los puentes hacia esos íconos de la libertad latinoamericana. Poder reflejarnos en sus luchas, sus sueños, sus sacrificios e inclusive en sus dimensiones humanas, para finalmente, reconocernos como sus hijos y herederos de este legado orgulloso.
¡Tanta emoción! Estar con nuestras Madres y Abuelas, con el recuerdo de nuestros compañeros desaparecidos, con los héroes de Malvinas, con nuestro pueblo en las calles, con nuestros hermanos presidentes de esta América que se levanta como hace 200 años por la independencia, pero esta vez económica, cultural y mental.
Lo que creo que es ineludible también es pensar si todo esto no tiene que ver con los valores de país y sociedad que sostiene el modelo político que encarna y lleva adelante nuestro gobierno. La respuesta por supuesto que es SI.
Y tampoco hay duda de cuales serían los valores que resaltarían aquellos que pretenden un país para pocos.
Estas celebraciones sin duda habrían sido muy distintas a las que nos emocionaron e incluyeron a todos.
Esto habría sido mucho más parecido al Centenario. Basta con recordar cómo fueron esos festejos. Infanta de España en lugar de Presidentes latinoamericanos, banquetes en estancias y sociedades rurales de la oligarquía aristocrática argentina celebrándose a sí mismos y a sus riquezas y el pueblo bajo Estado de sitio. Los trabajadores reprimidos, explotados y amenazados los inmigrantes por la ley de residencia que consideraba como un delito el intento de sindicalización.
Fue por esos años de 1910 que las clases dominantes encargaron a sus pensadores, como Leopoldo Lugones, la tarea de “determinar” cuál era el Ser Argentino.
Y como no podía ser de otra manera, determinaron que el Ser Argentino, el paradigma de la argentinidad serían ellos mismos. ¿Quién mas, sino? A los pueblos originarios los habían diezmado para robar sus tierras, tampoco ahorraron en sangre de gaucho. Los afrodescendientes eran bienvenidos en tiempos de guerra como carne de cañón. El propio Lugones llamó a los inmigrantes “chusma ultramarina”. En los trabajadores anidaba el peligro de esas ideas de rojos y anarquistas.
Ellos eran los amos, los dueños, los patrones de la estancia a la que tenían reducida la Patria y así lo decretaron y colonizaron nuestras mentes. “Somos el granero del mundo”, “todos somos el campo”.