Hace aproximadamente diez años, que vengo trabajando con grupos de estudiantes, de elite intelectual.
Desde que era muy pequeña he valorado el conocimiento, quizá porque en casa era algo que escaseaba… Por lo que me he esforzado, me esfuerzo y disfruto, por adquirirlo…
Dando clases en una asignatura, donde se hace referencia a la construcción, a la evolución del conocimiento, y a diferentes teorías filosóficas al respecto (tema que me apasiona), una alumna me preguntó:(Ya que de vez en cuando, un poco para cambiar de tema y otro poco porque los alumnos quieren saber de uno, y no me parece mal; los jóvenes hacen preguntas de este tipo.
A las que generalmente suelo dar respuesta). Profe: ¿y cómo sabe de eso? ¡Seguro lo aprendió en su casa! ¿Su padre es filósofo profe?...me quedé anonadada ante la consulta, y como intento no hacer apología de mis carencias, y no supe exactamente qué responder, recordé a mi viejo y sólo dije: - no, no, mi padre no es filósofo…Y pensé ¡¿si supiera que mi padre sólo terminó cuarto grado y que jamás me habló sobre la teoría del conocimiento, que él no sabe quién es Kuhn, ni Piaget, ni Freud, ni tampoco Aristóteles…?!Jamás me podría haber enseñado eso, que esta, que aquella joven ve como “una especialista” en la estructuración del pensamiento, en teorías de aprendizaje y en psicoanálisis, jamás ha compartido esos temas con su padre, esta que insiste con que el amor al verdadero conocimiento se adquiere en el hogar, ¿ adquirió realmente eso su hogar ?
¿Con un padre que sólo me pudo enseñar desde lo pedagógico y que yo recuerde, a dividir cuando estaba en segundo grado con ataditos de fósforos, anudados con una goma elástica, hecha con esfuerzo con esos dedos mochos, desarrollados por trabajar la tierra, y con un cinto arriba de la mesa, como amenaza ante mi resistencia…?
La pregunta siguió dando vueltas para mí: ¿Qué me enseñó mi padre? ¿Qué aprendí de ese gallego agricultor de una tierra de otra patria? ¿Qué aprendí de ese hombre autoritario por momentos y cariñoso y atento por otros? Y sentí esa misma ambivalencia que siento siempre por él, ese desasosiego que me genera el no poder acercarme muchas veces, por no tener cosas en común.
Y también ese amor y cariño y agradecimiento: porque me ha enseñado otras, mucho más contundentes, que no se aprenden en ninguna casa de estudios, por más prestigiosa que sea. Me enseñó a ser tenaz, a poner “afición” (como dice siempre), a amar lo que hago, a superarme día a día, me enseñó con el ejemplo y el silencio en el hacer, que sólo los grandes conocen cómo. María Cecilia.
Lic. María Cecilia Doval