“Ninguna mujer nace para puta”

“Espartacus” o “La Ciudad de la Inocencia”.

Por la profesora María Luisa Mazzola, especial para PergaminoCiudad.
Por la profesora María Luisa Mazzola, especial para PergaminoCiudad.

En esta norpampa argentina, preñada de soja y codicia, donde la cómoda hipocresía y los silencios cómplices abundan, aconteció un sucedido, que aunque verdadero no deja por eso ser objeto de aventuras literarias y vulgares chistes sexistas.

 

Los pergaminenses recordamos dicho suceso como “El Caso Espartacus”. Cuando se conoció, supo despertar la sensibilidad y el compromiso de un grupo de reconocidas damas quienes, conmocionadas hasta el tuétano, tuvieron el infortunio de descubrir que en la otrora casta ciudad de la beata, existían antros donde los machos telúricos sacian apetitos sexuales poco ortodoxos. Entre ellos, “hombres de bien” que hacían realidad la fantasía de ser, por un momento, y por un módico precio, propietarios de un joven cuerpo de mujer (que en lenguaje llano y corriente vendría a ser una puta, y a quién le importa lo que le pasa a una puta, si total seguro ella se lo buscó, ¿no?).

 

 

“Sin clientes no hay prostitución”

 

Inserta en esta economía de mercado, y en el marco del sistema capitalista manejado en su enorme mayoría por hombres, la Trata de personas con fines de explotación sexual, es el segundo delito más rentable después de la venta de armas. ¿Cómo perderse un negocio semejante por principios morales obsoletos y cuestionamientos sobre los Derechos Humanos de la mercancía? El inconmensurable mercado del sexo no se interesa por minucias como los Derechos Humanos.

 

En el mercado cualquier cosa se puede vender, cualquier cosa se puede comprar, incluso las personas. Cada año 4 millones de mujeres, niñas y niños son destinados al consumo de otros humanos. Qué solapada forma de canibalismo y novedosa mutación de la permanente explotación de la pobreza que los inescrupulosos llevan a cabo desde que el mundo es mundo.

 

Los consumidores de sexo son personas que conviven a diario con nosotros y pertenecen a cualquier estrato social. Suelen parecer buena gente que se preocupa por el medio ambiente y ama los animales, buenos ciudadanos que cumplen con sus obligaciones familiares, fiscales y sociales, pero que, amparados por el anonimato o envalentonados por la impunidad que da el poder, no se cuestionan prácticas naturalizadas por siglos de dominación patriarcal, prácticas que han permitido el abuso y la violencia contra la mujer, cuyo cuerpo ha sido transformado en comodities de carne humana Y aunque este conciudadano (hijo, padre, esposo, cura, profesional, funcionario, hermano) no desconozca que las mujeres obligadas a prostituirse no forman parte  del selecto grupo de señoras y señoritas que eligen con quién acostarse y con quién no, nada se cuestiona a sí mismo porque paga por lo que desde su punto de vista de consumidor, es un servicio.

 

Al fin de cuentas, gran parte de nuestra sociedad considera que una mujer puede ser puta por naturaleza o por opción, pocas veces por obligación o coerción. Como si prostituirse fuera resultado natural del libre albedrío, la masa, en su mayoría buenos cristianos y por lo tanto libres del pecado original, no tiene objeciones en etiquetar y señalar.

 

Total que esa mujer o esa niña no es nuestra hija, nuestra hermana, nuestra madre, nuestra amiga. De última, para los consumidores, es apenas una mercancía, una cosa que se compra y que se vende, que se usa y se desecha. ¿Cuántos de nuestros buenos conciudadanos habrán hecho uso de las chicas de “Espartacus” sabiendo (o al menos sospechando) que estaban esclavizadas y obligadas a “trabajar” por apenas la comida y unos míseros pesos para enviar a sus familias, mientras los mercaderes y mercenarios del poder negociaban las ganancias y porcentajes que los mantendrían impunes? ¿Cuántos buenos hombres y buenas mujeres lo supieron y se callaron porque eran apenas unas insignificantes “paraguayitas” que brotan en el monte como la soja en la pampa? Todos ellos cómplices, en mayor o menor grado. Todos ellos copartícipes necesarios de un delito, que además es una flagrante violación a los Derechos Humanos y que coloca a Pergamino en la ruta de la Trata de Personas con fines de explotación sexual. Si no fuera de Pergamino, tendría vergüenza ajena. Pero lamentablemente, la vergüenza es propia.

 

 

“Los monos sabios”

 

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