Hace 317 días ocurrió la mayor tragedia en una comisaría bonaerense. Y nadie parece buscar a su jefe. A continuación, desde este medio replicamos la nota del diario Clarín sobre el tema:
A Juan José Cabrera le decían “Noni”. Era uno de esos ladrones a los que ningún vecino quiere tener en la calle y ningún policía quiere tener bajo custodia: siempre se ponía bravo, afuera y adentro. Tenía 23 años y aquel 1° de marzo de 2017 cargaba su fama por el centro de Pergamino en una moto robada cuando un auto lo embistió por accidente, en la esquina del Boulevard Alsina y San Nicolás.
“Noni” voló por el aire y testeó la solidez del asfalto con el cuerpo. No le fue tan mal. El conductor del coche, asustado, se le acercó corriendo. Pero se encontró con algo imprevisible para un conductor que acaba de atropellar a un motociclista: el joven le rogaba desde el piso que no llamara a la Policía, que no hiciera nada, que olvidara todo. “Tengo antecedentes”, le dijo. Una pistola, caída a su lado, reforzaba la credibilidad de su afirmación.
-Mirá, no quiero tener problemas. Andá tranquilo, respondió el automovilista.
“Noni” dejó la moto tirada, tomó el arma y se alejó caminando. Pero justo apareció un patrullero, que se acercó al conductor del coche y le preguntó qué ocurría. Minutos más tarde, el joven iba a parar a la comisaría.
La tragedia sumaba así al último de sus protagonistas. Y entraba en su capítulo final.
La comisaría 1° tiene una historia larga y negra. Ubicada sobre la calle Dorrego, en la misma manzana que la Municipalidad de Pergamino, su frente celeste recuerda con un cartel que allí “se cometieron crímenes de lesa humanidad durante el terrorismo de Estado”: fue un centro clandestino de detención al menos entre 1976 y 1978. En 2017, apenas 24 horas después de que abriera sus rejas para “Noni” Cabrera, volvería a alojar muerte.
Al flamante detenido lo encerraron en calabozos que ya tenían todas las localidades agotadas. Pasaron apenas minutos hasta que se encontró con un viejo conocido, Alan Nahuel Córdoba (18), preso allí desde enero. Y sólo un día hasta que los dos decidieron resolver ciertas diferencias a facazos, cual duelo de compadritos, en el pasillo frente a la celda 2.
La disputa se dirimió con dos tajos para cada uno, cerca de las 18 de aquel día. Según los otros presos, fue sólo eso: al terminar, “Noni” y Córdoba se dieron la mano y se abrazaron. Nunca podrían revelar qué los había llevado a cortarse los cuerpos. Ni se sabría por qué pasó lo que pasó después.
Al sargento (oriundo de Rojas) César Brian Carrizo le dicen “Rojitas”. Aquella tarde estaba de imaginaria (guardia) en los calabozos y fue el primero en enterarse de la pelea, aunque al parecer no tomó nota de su resolución.
Les comunicó la novedad a sus compañeros y minutos después los policías dispusieron lo más odiado para cualquier detenido: los “engomaron” a todos, como se le dice en la jerga al encierro con candado en las celdas. Eran 18 los presos. Curiosa elección, a “Noni” y a Córdoba, los dos que habían peleado, los “engomaron” en la misma celda, la número 1, junto a otros cinco.
No fue esa la única decisión llamativa de aquella tarde. Tras el “engome”, los policías salieron del sector de calabozos pero, contra toda costumbre, cerraron también las puertas de los pasillos, la que da al cuarto del imaginaria -donde se quedó “Rojitas” Carrizo- y la que lleva al patio trasero.
Los presos no estaban dispuestos a soportar una medida que consideraban injusta. Ni era la hora del encierro nocturno ni la pelea había sido tan grave, en su opinión. Por eso se pusieron a gritar que los sacaran, que los “desengomaran”, que no habían hecho nada, que los dejaran salir al pasillo. Empezaron a patear las rejas hasta que los de la celda 1 tomaron una decisión arriesgada: cortaron pedazos de colchones, los prendieron fuego y los arrojaron hacia el pasillo.
El humo empezó a recorrer toda la comisaría. Los policías se asomaron a ver y, por un momento, no hicieron nada. Luego, cuando el ambiente se espesó, sacaron a “Rojitas” del sector. Pero dejaron todas las puertas cerradas con candados.
Los detenidos se dieron cuenta de que estaban arriesgando una condena a pena de muerte. Uno sacó el celular que tenía escondido y, a las 18.38, envió el primer mensaje de auxilio a su familia. El aparato pasó de mano en mano. “Vengan que nos van a lastimar a todos, hagan fuego afuera”, pidieron. “Apúrense que nos matan”, agregaron. “Mamá, vení rápido que nos mata la Policía”, escribió Córdoba.
Gritos de terror
Los gritos de protesta se convirtieron en aullidos de terror, mientras hasta las oficinas de la comisaría se llenaban de humo.
-¡Abran que nos morimos!, rogaron.
Ya había llamas intensas.
-¡“Rojitas”! ¡Apagá el fuego que vos tenés agua, apagá el fuego! ¡Nos vamos a morir!
Desde el comienzo del incendio hasta el último mensaje de texto pasaron 43 minutos. Recién a las 18.42 desde la comisaría llamaron a una ambulancia. Y a las 18.47, a los gritos, los policías convocaron a los Bomberos.
El fuego había tomado las mantas que cubrían las rejas de la celda número 1, la de “Noni”, Córdoba y cinco más. El televisor que había adentro explotó por el calor. Y los barrotes se ondularon como lombrices.
Ahí adentro hacía más de 500 grados.
-¡Celda 1! ¡Celda 1!, gritaban los otros presos, aún cuando ellos también la estaban pasando mal. Las respuestas cesaron pronto.
Llegaron los bomberos y se encontraron con la puerta trasera de los calabozos cerrada. Fueron a buscar herramientas para forzarla y, al regresar, la encontraron abierta. Entraron y descubrieron que la otra puerta, la del imaginaria, seguía con candado. Desde allí, a través de las rejas, empezaron a tirar agua. Pero el ángulo de tiro no les daba para alcanzar la celda 1.
-¡Abran el candado!, gritaban los bomberos. Uno de ellos amenazó a los policías con romper todo y éste le respondió que esperara, que alguien estaba llevando la llave.
Veinte minutos tardó en aparecer esa llave. Para cuando los bomberos entraron al pasillo del calabozo, los siete presos de la celda 1 estaban asfixiados. Muertos.
Se convertirían, muy a su pesar, en Los Siete de Pergamino, víctimas de la mayor tragedia en una comisaría bonaerense en toda la historia.
“En el desarrollo de estos 43 minutos, sumados a los veinte minutos en que los bomberos no pudieron ingresar a los calabozos, la mayoría de los internos pedía auxilio a viva voz, sin que ninguno de los policías presentes procediera a prestar ayuda, pues mantuvieron las puertas de los calabozos internas y todas las puertas externas con candados cerrados con llave”, escribiría el fiscal Nelson Mastorchio al imputar a los agentes. “El personal de la comisaría 1° se mantuvo pasivo, impidiendo, demorando y obstaculizando las tareas de rescate de los bomberos para salvaguardar la vida de los internos que estaban a su cargo y cuidado”.
El fiscal logró el arresto de “Rojitas” Carrizo y de otros cuatro policías de la comisaría 1°: “No obstante la situación de peligro cierto que corría la vida de los internos y la obligación legalmente impuesta a los policías de la comisaría 1° de salvaguardar su integridad física, no abrieron ninguna de las puertas de los calabozos, más allá de su posibilidad de hacerlo”.
Los cinco agentes fueron detenidos por “abandono de persona seguido de muerte” pero, al poco tiempo, cuatro de ellos lograron la prisión domiciliaria. Esto provocó una primera reacción de los familiares, para quienes ver a estos policías fuera de prisión es tan indignante como el hecho de que el caso aún tenga un prófugo: el jefe de la comisaría nunca se presentó. Ni ante ellos, ni ante la Justicia.
El rojense prófugo
Se trata del comisario oriundo de Rojas, Alberto Sebastián Donza (39), quien según el fiscal Mastorchio estaba presente en la seccional cuando ocurrió el incendio y por eso debe ser detenido.
Lo paradójico de la situación es que Donza fue el primero en avisar que podía ocurrir una tragedia en la comisaría. En el expediente hay documentación que prueba que, en octubre de 2016, el juez de Pergamino Fernando Ayesterán le notificó al jefe de la seccional que “en lo sucesivo” debería “abstenerse de alojar detenidos” en los calabozos “cuando su cupo exceda de 18 personas”.
Y que, a partir de entonces, Donza se la pasó elevando notas a la Justicia y a sus jefes advirtiendo que necesitaba “reducir la cantidad de alojados, que se ve ampliamente superada” y “mejorar sus condiciones de detención”. También solicitó, a partir de noviembre de aquel año, que le enviaran colchones ignífugos.
Con estos argumentos, los abogados del comisario, Carlos Torrens y Federico Mastropierro, vienen pidiendo que le den la “eximición de prisión”. Hasta ahora se la negaron en dos instancias y hoy la están peleando en la Cámara de Casación. “El señor comisario Donza desea estar a derecho para aclarar su situación procesal”, sostuvieron los defensores.
Pero mientras se resuelve esto, Donza no se entrega. Es un comisario prófugo. Los familiares de Los Siete de Pergamino hacen marchas los días 2 de cada mes, reclamando algo que al menos parezca justicia. Esta semana lograron hablar con la gobernadora María Eugenia Vidal y le pidieron que disponga una recompensa para quien ayude a detener a este oficial de la Bonaerense.
Quizás a nadie, salvo a los familiares, le convenga que Donza caiga preso. Su línea defensiva es que él les informó “a sus superiores lo que inexorablemente iba a suceder y efectivamente sucedió” y que su preocupación “lamentablemente no fue oída”.
Quizás por eso su nombre no aparece en las listas de delincuentes “más buscados”. Ni siquiera es uno de los 48.421 prófugos que figuran en el Sistema de Consulta Nacional de Rebeldías y Capturas (base Co.Na.R.C.), porque la Justicia de Pergamino no hizo la comunicación pertinente al Registro Nacional de Reincidencia. Es decir que si se presenta ante este organismo a pedir un certificado de buena conducta se lo van a expedir. Y si se lo choca la Policía de algún distrito que no sea la provincia de Buenos Aires lo va a dejar ir, porque oficialmente nadie lo busca a nivel nacional.
Así de absurdo está escrito el presente ahora, a 317 días de la masacre.