De nunca acabar

El diario La Nación se hizo eco de la preocupación de productores agropecuarios por episodios delictivos

Alberto Perfumo.
Alberto Perfumo.

En el camino rumbo al campo del productor Alberto Perfumo quedó tirada la carcasa de un transformador de un vecino que, durante la noche anterior, delincuentes desengancharon de un poste para robar el cobre. “Mi transformador todavía está en el poste; posiblemente tenga los días contados”, alerta el productor, que se encontró con la anterior escena mientras iba a su campo. Es una zona hoy golpeada por un aumento del delito, con robos de pertenencias de las casas de los establecimientos, herramientas, cables, insumos.

Perfumo es parte de un grupo de 80 productores de la zona rural de Pergamino que el viernes pasado se juntaron en una asamblea en la explanada del ferrocarril de Juan A. de la Peña, cerca de esa ciudad, para pedir mayor presencia policial y accionar judicial tras una serie de hechos de inseguridad. Allí hablan del lugar como “tierra de nadie”. En el último mes y medio en la región hubo un fuerte incremento de distintos delitos. En julio pasado se registraron 24 denuncias, más del doble que a principios de año, según datos oficiales del Ministerio Público Fiscal.

La seguridad de la zona está a cargo del Comando de Prevención Rural (CPR), pero el municipio y los productores denuncian la falta de recursos: tienen tres móviles policiales, no todos en funcionamiento, para patrullar más de 3500 kilómetros de caminos rurales y más de 305.000 hectáreas de campo de dicho partido.

Al llegar a la casa de campo de Perfumo, al menos dos de las ventanas tienen los vidrios rotos, las persianas cerradas por la mitad y cuelgan de ellas algunas maderas. “A esto ya no lo arreglamos, porque queremos darle a la casa la apariencia de que está abandonada”, confiesa. La puerta de entrada tiene la llave puesta del lado de afuera. “Ya no la cerramos, porque les decimos a los ladrones vení, pasá y entrá, pero no me destruyas la puerta”, detalla.

El domingo pasado, la familia, que tiene un campo de 300 hectáreas donde siembran soja y maíz, sufrió su sexto robo. “Cuando llegás y ves todo destruido se te caen algunas lágrimas, quedás descolocado varios días; pero, a la larga, te acostumbrás”, lamenta el productor.

En el mismo establecimiento tienen otra casa que data del año 1800. Allí, tras su paso, los delincuentes dejaron los veladores, la aspiradora, la pava eléctrica y todas las luces sin cables y, para no llevarse las gomas que los recubren, los prendieron fuego en un depósito que está a cinco metros de la casa.

“Le dieron una tonalidad negrita a las paredes”, dice irónicamente el productor, mientras camina entre las cenizas. “Esta vez se llevaron hasta dos botellas de detergente”, cuenta.

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